Resulta
curioso que hablar de ciencia y cosas precisas no es bonito. En serio. Dices
que te gusta estudiar, aprender, tratar de ser más inteligente cada día y te
miran casi mal. Como de engreído sabelotodo. Aunque si lo supiera todo, no
tendría nada que aprender.
Pero voy
más allá. Si dices que es el destino el que ha hecho que los caminos de dos
personas se crucen, resulta muy romántico. Si dices que no era más que uno de
entre todos los sucesos posibles, ya no. Resulta friki en el mejor de los casos
o un pensamiento frío y casi desmotivador en el peor.
¿Desmotivador
por qué? No sé si alguien de los que me lee es consciente. Pero cada segundo de
nuestra vida, cada decisión basado en un sí o un no hacer algo genera un
entramado de posibilidades tan inimaginable que necesitarías más de una dimensión
para expresarse casi con total seguridad. Y de ese entramado de posibilidades,
ahí estás tú, con esa posibilidad casi imposible, de probabilidad nula, pero
ahí está. Como una hora concreta en un reloj, con sus minutos, segundos,
nanosegundos… ¿No es eso maravilloso? ¿Por qué no?
Pues porque
preferimos ver lo que nos han enseñado a ver. Lo que las canciones genéricas de
los cantantes conocidos nos dicen: que el destino es el que mece la cuna de la
que en realidad nunca salimos.
Pues esta
noche me van ustedes a permitir ponerlo un poquito en duda. Y de paso, les dejo
con uno de esos vídeos que despiertan pocas empatías, pero cuando las
despiertan lo hacen bien hecho.