martes, 26 de noviembre de 2013

No ha sido casualidad, ha sido una posibilidad como otra cualquiera

Hoy he leído una conversación sobre no sé qué del libre albedrío. No voy a entrar en detalles, solo os digo de qué os voy a hablar.

Resulta curioso que hablar de ciencia y cosas precisas no es bonito. En serio. Dices que te gusta estudiar, aprender, tratar de ser más inteligente cada día y te miran casi mal. Como de engreído sabelotodo. Aunque si lo supiera todo, no tendría nada que aprender.

Pero voy más allá. Si dices que es el destino el que ha hecho que los caminos de dos personas se crucen, resulta muy romántico. Si dices que no era más que uno de entre todos los sucesos posibles, ya no. Resulta friki en el mejor de los casos o un pensamiento frío y casi desmotivador en el peor.
¿Desmotivador por qué? No sé si alguien de los que me lee es consciente. Pero cada segundo de nuestra vida, cada decisión basado en un sí o un no hacer algo genera un entramado de posibilidades tan inimaginable que necesitarías más de una dimensión para expresarse casi con total seguridad. Y de ese entramado de posibilidades, ahí estás tú, con esa posibilidad casi imposible, de probabilidad nula, pero ahí está. Como una hora concreta en un reloj, con sus minutos, segundos, nanosegundos… ¿No es eso maravilloso? ¿Por qué no?

Pues porque preferimos ver lo que nos han enseñado a ver. Lo que las canciones genéricas de los cantantes conocidos nos dicen: que el destino es el que mece la cuna de la que en realidad nunca salimos.

Pues esta noche me van ustedes a permitir ponerlo un poquito en duda. Y de paso, les dejo con uno de esos vídeos que despiertan pocas empatías, pero cuando las despiertan lo hacen bien hecho.